Una revolución llamada Allen Iverson

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De aspecto frágil y sonrisa pueril, el nombre de Allen Iverson sería el primero en ser pronunciado por el Comisionado David Stern en la noche del 26 de junio de 1996. El Continental Airlines Arena de Nueva Jersey, emplazamiento donde los Nets permanecieron hasta su traslado al otro lado del río Hudson, fue testigo de una de las ceremonias del Draft con mayor presencia en la historia reciente de la liga, con una generación que terminaría cambiando el curso de la NBA. El menudo jugador surgido de la siempre complicada Virginia había destacado pronto en sus dos únicas temporadas en Georgetown, en donde su desparpajo, expresividad con el balón e imprevisibilidad lo habían hecho crecer como la espuma en la previa del Draft. 

Tan pronto como Iverson se declaró como elegible, el agente más reconocible de la liga en aquel momento, David Falk, le echó el lazo, famoso por gestionar las carreras de Michael Jordan, Pat Ewing o Alonzo Mourning, entre otros. El agente vio en su 1,83 de estatura una potencial estrella, porque The Answer era ya uno de esos pocos jugadores que por entonces su aura permitía ir más allá del juego, extender su figura fuera de la cancha y hacer de él un verdadero fenómeno de masas. Un David entre Goliats. No hay nada más potente que una buena historia y Iverson la tenía.

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Rápidamente firmó un contrato de patrocinio con la marca Reebok de 50 millones de dólares, cuya extensión sería de por vida. La empresa lo haría su imagen principal, lanzando pronto una línea de zapatillas bajo el nombre "The Question" que se convirtieron en un éxito en ventas, el mejor reclamo para una figura que nacía como estrella de la NBA y cuyo impacto trascendería todo marco establecido.

En aquella liga que agonizaba entre el clímax de carrera de Michael Jordan, el asentamiento de nuevas caras y el largo periodo hasta el desembarco de LeBron James años más tarde, Allen Iverson fue la figura cultural de referencia dentro y fuera del parqué. Un jugador que, por su fisonomía, atraía al aficionado más casual que devoraba sus highlights noche tras noche y que dejaba prendados a todos aquellos seguidores acérrimos del deporte por su variedad de movimientos, explosividad y determinación. 

Impacto deportivo

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El primer pick 1 de la historia de Philadelphia 76ers en más de 20 años supuso un borrón y cuenta nueva para la franquicia tras una serie de decepciones y errores acometidos en temporadas precedentes en el Draft. Iverson llegaba a un equipo en plena reconstrucción, sin un rumbo claro y a una ciudad que necesitaba una estrella a la que aferrarse. Jerry Stackhouse cumplía con su papel pero estaba lejos de ser un jugador sobre el que edificar el proyecto, y el resto de acompañantes como Derrick Coleman o Clarence Weatherspoon no daban el nivel necesario para alcanzar, como mínimo, puestos de Playoffs. 

El impacto del rookie pronto se hizo notar en el estadio, aumentando la afluencia considerablemente gracias a un primer mes de competición en el que superó hasta en cuatro ocasiones la barrera de los 30 puntos y que terminaría convirtiéndose en costumbre, incluyendo un encuentro de 50 puntos frente a los Cavaliers en abril de 1997, siendo el primer novato en conseguir algo así desde Kareem Abdul-Jabbar en 1970, y que años más tarde solo ha conseguido emular Brandon Jennings (2009). Entre los highlights de aquel primer año es imposible no detenerse en el archiconocido crossover a Jordan en el mes de marzo, al que engañó dos veces en el mismo movimiento antes de elevarse en suspensión desde la media distancia.

Iverson tomó ventaja del tipo de defensa de aquella época, aprovechando su rapidez con el balón en las manos para castigar a sus emparejamientos en el tiro en suspensión, del que hizo un arte. Cada crossover y cada elevación suponían un desafío a las propias normas del deporte que solo Calvin Murphy y Tim Hardaway habían siquiera rozado antes que él. Un jugador que abrazó el triple como nunca otro lo había hecho antes en su temporada de debut, alcanzando los 155 triples, solo superado por Kerry Kittles en ese mismo año y marcando la tendencia de lo que tiempo en adelante se convertiría en una constante en la competición.

Dos temporadas después, ya con Larry Brown en los bancos, Iverson se confirmaría como una realidad, promediando más de 28 puntos por partido en su primera incursión en los Playoffs (1999) además de hacerse con el primero de los cuatro títulos de máximo anotador que conseguiría en su carrera (1999, 2001, 2002 y 2005). Una progresión que siguió los estándares naturales hasta tocar una cima inédita en 2001 cuando Philadelphia rozó la perfección, siendo durante buena parte del año el mejor equipo de la NBA, con el mejor jugador del año (Iverson), el mejor defensor (Mutombo), el mejor sexto hombre (McKie) y el mejor entrenador (Brown).

Una temporada inolvidable, la primera en la que los 76ers llegarían a las Finales desde el título de 1983 y la última hasta la fecha. Un espejismo fruto del bajo nivel competitivo del Este tras la salida de Jordan, un reflejo de la superioridad de The Answer entre sus colegas de posición y la evidencia de que la técnica puede llegar a superar a la fuerza. Porque Iverson tenía un físico privilegiado, que le permitía alcanzar una rapidez de ejecución en el gesto única en su tiempo, su mente iba dos pasos por delante del momento y la coordinación y control de sus pies con respecto de las manos lo hacía ser verdaderamente imparable en el cuerpo a cuerpo.

Pero aquella armadura pronto se demostraría endeble. Los famosos calentadores que portaba en sus brazos ocultaban una serie de problemas en sus codos derivados de la exigencia física, a lo que había que añadir unos tobillos de cristal que no podían seguir soportando el estrés al que noche tras noche el 3 de los Sixers lo sometía. Ese año 2001 sería el canto de cisne del proyecto y del propio Iverson como jugador más determinante entre los exteriores, pero no su ocaso como jugador, pues entre las Finales y su adiós de Philadelphia, el escolta no bajaría de los 26 puntos, 5 asistencias y 2 robos por noche. 

Nadie en la historia posterior de los 76ers ha conseguido igualar lo que Iverson alcanzó entre 1999 y 2003, haciendo de aquella franquicia un candidato por sí mismo y que a su marcha quedaría huérfana. Su adiós de Philly supuso una caída progresiva de su verdadero impacto como jugador. Dos temporadas a buen nivel en Denver Nuggets junto a Carmelo Anthony empañadas por los resultados en Playoffs, continuas lesiones y un ir y venir de equipos sin llegar a alcanzar la sombra de lo que antaño había llegado a ser forzaron su prematuro adiós de la NBA, tras 25 partidos de nuevo en los Sixers a los 34 años.

Impacto cultural

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Hay jugadores y figuras del deporte cuya relevancia trasciende lo que pueda ocurrrir entre cuatro líneas. Algunos, hablando concretamente de la NBA, lo son en un sentido interno como Oscar Robertson y su labor en el nacimiento de la Agencia Libre y el fin de la cláusula de reserva, o como Spencer Haywood y el levantamiento de la obligatoriedad de cumplir el ciclo universitario antes de presentarse al Draft y la implantación de la hardship rule que hacía posible dar el salto prematuramente por cuestiones económicas. Otros tuvieron su impacto por ser la imagen de la pulcritud, de figuras referenciales para la sociedad como Larry Bird, Magic Johnson o el primer Michael Jordan, sin dejar de lado a otros cuya función como agentes sociales por su involucración en cuestiones políticas ayudaron a que otros atletas pudiesen expresarse libremente, como Bill Russell, Wilt Chamberlain o Kareem Abdul-Jabbar.

Con Allen Iverson sucede algo muy interesante. Es imposible desligar al jugador sobre la cancha del que se veía fuera de ella. Lo que realizaba cada noche con el balón en las manos era una extensión de lo que era realmente. Un tipo controvertido a más no poder, cuya actitud desenfadada hizo de él un fenómeno de masas que polarizó a los aficionados de la NBA. Amado y odiado a partes iguales, The Answer reflejó la brecha generacional que existía entre la población amante de esta competición. Entre puristas del juego y aquellos que abrazaban el espectáculo como una parte más de la liga y el deporte. 

En él todo era estética. Desde sus movimientos, que alcanzaban la máxima expresión artística en la cámara lenta como un desfilar sin cesar de fintas, engaños y muecas, a su indumentaria, ancha, plagada de complementos y un estilo propio. Porque The Answer reinventó la imagen de estrella convirtiéndose en un perfecto outsider y marcando una tendencia en el resto de jugadores que pronto se extendería sin medida. La imagen lo era todo para él, era su billete a lo más alto, la cobertura necesaria para sobrevivir en una piscina entre tiburones de más de 2 metros. 

En febrero de 1997 llegó a su primer All-Star Weekend portando unas trenzas al estilo afroamericano, un hecho que, en aquel momento, era insólito en un jugador de su calibre y que representaba un desafío a la pulcra imagen que la liga había conseguido proyectar en su última década. Con esta declaración de intenciones Iverson delineó una de las principales características de su carrera: la lucha contra el establishment. El base fue un transgresor cultural que consiguió unir el básquet con el hip-hop como nunca antes lo había hecho un jugador de la NBA, con una actitud desafiante, tatuajes por todo el cuerpo cuando las principales estrellas de la liga (Jordan, Duncan, Hill, Garnett) carecían de tinta en su piel. Todo eso cambió en el momento en el que Iverson rompió la barrera del deporte, accediendo a estratos de la sociedad donde la liga todavía no había penetrado y estableciendo un vínculo emocional y de representación con estos, que marcaría un antes y un después.

Es imposible hablar de su influencia cultural y dejar a un lado el código de vestimenta. La influencia visual de Iverson terminó por contagiarse al resto de la liga, que llegaba a los partidos ataviada con ropas anchas de dos o tres tallas más grande de lo habitual, portando vestimentas llamativas, joyas vistosas y que, en caso de estar lesionados y tener que sentarse en el banco, ocupaban una posición de privilegio a ojos del público y las cámaras. Algo que a las altas esferas de la organización no terminaba de convencerles por la imagen que proyectaba de la NBA y que derivó en la promulgación de una normativa que llegaba a sancionar con hasta 10.000 dólares su incumplimiento. Una serie de normas que fueron aprobadas con el consentimiento de la Asociación de Jugadores y que acabó derivando en el desarrollo de una tendencia por la cual los jugadores abrazaron la alta costura y los outfits más rompedores, como fue el caso de Russell Westbrook, James Harden y otros muchos.

"No es que tratase de hacer algo diferente", dijo Iverson sobre su indumentaria. "Este era el estilo que se llevaba allí de donde vengo. No lo inventé: los chicos con los que crecí, así es como se vestían". Quizás aquel jugador de Virginia no fuese consciente de lo que representaba en cada aparición pública, en cada declaración o con su sola presencia, quizás solo fuese un reflejo de una parte de la sociedad, de allí donde se forjó y tuvo que hacerse un hueco para sobrevivir. Sin embargo, la huella de su figura a nivel cultural dejó un impacto esencial en el desarrollo y expansión de la NBA más allá del deporte, uniéndolo al hip-hop, la música y la estética más transgresora.

Legado

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Lejos de quedarse como una pieza de museo, destinado a apelar únicamente a una parte de la sociedad norteamericana, Allen Iverson cruzó fronteras y se hizo un fenómeno global. La actitud de eterno rebelde que confrontaba contra las altas esferas del deporte, que desafiaba noche tras noche a rivales de una entidad física superior, terminó por calar hondo en el resto del mundo, en especial en España, donde el seguimiento de su figura fue enorme.

De hecho, una de las principales razones por las que los Philadelphia 76ers realizaron un tour de pretemporada en octubre de 2006 sería su persona, se había convertido en un auténtico fenómeno que Jack McCallum explicaba argumentando que se trataba de un lugar "donde aparentemente les gustan las figuras antiestablishment". Un partido más de pretemporada que para el propio Iverson dejó boquiabierto, declarando no poder salir de su asombro por la gran cantidad de admiradores que lo recibieron en la ciudad condal en un encuentro que acabó por llevarse el FC Barcelona en un discreto partido del mito. "No esperaba que la gente de Barcelona estuviese tan atenta a la NBA", decía el jugador a Gigantes en 2006. "Es bonito saber que a miles de kilómetros de tu casa hay chicos que siguen tus pasos".

Unos pasos que poco a poco se fueron notando tras su explosión como jugador con el auge del jugador bajito y resolutivo en el uno por uno que tomó forma en brillantes maestros del balón como Sebastian Telfair, TJ Ford, Speedy Claxton o Nate Robinson. Y que tiempo después ha permitido que una generación que nació y creció con Iverson en la televisión y que por fin ha alcanzado un estatus de futuras estrellas sin que el hándicap físico termine por pasarles factura como los ejemplos recientes de Ja Morant, Trae Young, Kemba Walker o, en menor medida, Isaiah Thomas.

Solo el tiempo hará justicia a la figura de un jugador que transgredió los límites del deporte en un sentido nunca antes abordado, un jugador generacional como lo fueron otros pero en un sentido cultural y no tanto deportivo. Allen Iverson es ahora una pieza de museo, de estudio y análisis cuyo periodo comprendido entre 1997 y 2005 supone la cima para alguien que pese a su 1,83 y 74 kilos era capaz de mirar por encima del hombro a un mundo de gigantes.

Las opiniones aquí expresadas no reflejan necesariamente aquellas de la NBA o sus organizaciones.

Autor/es
Sergio Rabinal Photo

Sergio es productor senior de contenido en las ediciones en español de The Sporting News.